Una caída que revela la fractura del Partido Colorado

La derrota del Partido Colorado en las elecciones municipales de Ciudad del Este no fue un simple traspié electoral: fue el reflejo de una fractura profunda dentro de la estructura del propio partido, dominado en los últimos años por el cartismo. El resultado expone el agotamiento de una política basada en la persecución interna, el revanchismo y el uso del poder como instrumento de disciplinamiento político y económico.

Ciudad del Este se convirtió en el epicentro donde confluyeron los efectos de un modelo partidario que, lejos de sumar, dividió; y que en su intento de eliminar disidencias, terminó debilitando su propia base de apoyo.

La persecución interna: el error que el pueblo castigó

El Partido Colorado, históricamente caracterizado por su capacidad de contener diferencias internas bajo un mismo emblema, hoy atraviesa una crisis inédita de cohesión. Bajo el liderazgo cartista, se impuso una política de exclusión hacia aquellos sectores colorados que no comulgan con la línea oficialista. Funcionarios, dirigentes e incluso empresarios colorados fueron desplazados o marginados por el solo hecho de mantener afinidades con otras corrientes internas.

Esa persecución, extendida incluso a espacios institucionales y empresariales, generó un malestar que se tradujo en desmovilización y voto castigo. El electorado colorado de Ciudad del Este no se alineó con la consigna del poder central; prefirió expresar su rechazo silencioso a través del voto. La derrota no fue solo contra un adversario político externo, sino también contra el modo autoritario y revanchista con que el cartismo ha gestionado la interna partidaria.

La campaña sucia contra Prieto: un boomerang político

El intento de destruir la imagen de Miguel Prieto, exintendente de Ciudad del Este, fue otro error de cálculo que terminó por sellar la derrota colorada. La campaña de desprestigio, impulsada con un uso excesivo de recursos mediáticos, judiciales y políticos, no solo fracasó, sino que revirtió el efecto esperado.

En lugar de debilitarlo, fortaleció a Prieto y a su movimiento “Yo Creo”, que logró capitalizar el descontento ciudadano frente al abuso de poder y la manipulación de las instituciones. El electorado vio en la persecución a Prieto un símbolo de lo que el cartismo representa: intolerancia, soberbia y uso instrumental del Estado para aniquilar adversarios.

Esa estrategia, que durante años funcionó dentro del Partido Colorado para someter a disidentes, perdió efectividad ante una ciudadanía cada vez más consciente de su poder político. En Ciudad del Este, esa conciencia se manifestó con una derrota “catastrófica”, donde la estructura oficialista fue rechazada por amplios sectores que antes le eran afines.

El desgaste del poder y la pérdida del voto colorado

El voto colorado ya no responde automáticamente al llamado partidario. La derrota en Ciudad del Este evidencia que el histórico “voto cautivo” se resquebraja cuando el partido traiciona sus propios principios de unidad, justicia y representación. Muchos afiliados tradicionales se abstuvieron, otros votaron en blanco o incluso optaron por la oposición.

El fenómeno responde a una percepción generalizada: el Partido Colorado, bajo la actual conducción, dejó de ser un espacio de contención política para convertirse en un aparato de poder sometido a intereses personales y económicos. En lugar de abrirse al debate y la renovación, optó por la purga y el amedrentamiento.

La consecuencia fue inevitable: la desafección de la base colorada y el triunfo opositor en una de las ciudades más estratégicas del país.

Las consecuencias políticas: el principio de una reconfiguración

El resultado de Ciudad del Este no debe interpretarse como un hecho aislado, sino como un síntoma de una tendencia más amplia. La hegemonía cartista dentro del Partido Colorado enfrenta su primer gran desafío interno: la pérdida de legitimidad. Cuando un movimiento basa su autoridad en la coerción y no en la convicción, su dominio tiene fecha de vencimiento.

Esta derrota abre un espacio de reconfiguración dentro del partido. Los sectores desplazados podrían articular una corriente alternativa capaz de reconstruir el diálogo interno y reorientar el rumbo político del coloradismo. Si esa autocrítica no ocurre, el efecto dominó podría repetirse en otros distritos y, eventualmente, en el escenario nacional.

El costo político del revanchismo

Ciudad del Este envió un mensaje inequívoco: el poder basado en la persecución termina devorándose a sí mismo.
El Partido Colorado no perdió solo por un adversario mejor organizado, sino por haber olvidado que su fuerza histórica radicaba en la unidad, la amplitud y la capacidad de integrar diferencias bajo un mismo ideal.

Mientras el cartismo mantenga una política de castigo interno, manipulación institucional y campañas de desprestigio, el partido continuará debilitándose. La ciudadanía paraguaya, especialmente en los centros urbanos, ya no tolera la prepotencia ni el uso del Estado como arma política.

La derrota en Ciudad del Este no fue una sorpresa: fue una consecuencia inevitable de años de persecución, soberbia y revanchismo. Y quizá sea el primer aviso de un cambio más profundo en el mapa político del país.