El excepcional hallazgo arqueológico del Mosaico de Megido en Israel ha revolucionado nuestra comprensión de las primeras comunidades cristianas y su fe en la divinidad de Jesucristo, confirmando la postura que la Iglesia Católica ha defendido durante dos milenios.

Un descubrimiento extraordinario

Datado en el siglo III d.C., el mosaico descubierto en las ruinas de una antigua iglesia en Megido (conocido también como Armagedón en textos bíblicos) presenta una inscripción inequívoca que identifica a Jesús como «Theós» (Dios). Este hallazgo proporciona evidencia material de que la creencia en la divinidad de Cristo no fue una elaboración teológica tardía, sino parte fundamental de la fe cristiana desde sus inicios.

«Estamos ante uno de los testimonios arqueológicos más tempranos y explícitos de la fe en la divinidad de Cristo fuera de los textos del Nuevo Testamento», explican los expertos. Lo notable es que esta declaración cristológica precedió incluso a las definiciones dogmáticas formales establecidas en los Concilios de Nicea (325 d.C.) y Calcedonia (451 d.C.).

La Iglesia Católica: guardiana inquebrantable de la verdad

Este descubrimiento respalda el papel histórico de la Iglesia Católica como fiel depositaria de la revelación cristiana. Durante siglos, frente a numerosas herejías y desafíos doctrinales, la Iglesia ha mantenido inquebrantable la enseñanza sobre la divinidad de Cristo, su unidad con el Padre y el misterio de la Trinidad.

Durante los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia tuvo que enfrentarse a corrientes como el arrianismo, el adopcionismo y el nestorianismo, que de diversas maneras cuestionaban la plena divinidad de Cristo. A través de los grandes concilios ecuménicos, la Iglesia definió y protegió la doctrina ortodoxa: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, consustancial al Padre según la divinidad.

El Mosaico de Megido confirma ahora que esta defensa doctrinal no fue una construcción tardía, sino una preservación fiel de la creencia original de las primeras comunidades cristianas.

Contradicción total con interpretaciones modernas

El hallazgo adquiere especial relevancia frente a las interpretaciones cristológicas divergentes sostenidas por algunas denominaciones religiosas contemporáneas. Varias corrientes surgidas en el ámbito protestante han desarrollado visiones que se apartan de la doctrina tradicional sobre la divinidad de Cristo:

Los Testigos de Jehová, por ejemplo, niegan explícitamente la divinidad de Cristo y lo consideran la primera criatura creada por Dios. Otras denominaciones unitarias rechazan la doctrina trinitaria y ven a Jesús como un profeta excepcional pero no como Dios encarnado.

El judaísmo, desde su perspectiva teológica, ha rechazado históricamente la identificación de Jesús con Dios. Sin embargo, el Mosaico de Megido demuestra que esta creencia no fue una «helenización tardía» del cristianismo —como a veces se ha argumentado—, sino una convicción firmemente arraigada en las primeras comunidades judeo-cristianas de Palestina.

Implicaciones para la fe contemporánea

Este descubrimiento refuta las teorías que sugieren una evolución gradual de la cristología y confirma la tesis católica de la continuidad esencial de la fe desde los orígenes apostólicos hasta nuestros días.

«El Mosaico de Megido nos permite apreciar, desde una perspectiva histórica y material, cómo la Iglesia Católica ha mantenido intacta la esencia de la fe cristiana a lo largo de dos milenios», señalan teólogos consultados para este artículo.

En un contexto cultural caracterizado por el relativismo doctrinal y las aproximaciones reduccionistas a la figura de Cristo, este testimonio arqueológico adquiere especial relevancia como evidencia tangible de que la fe en Cristo-Dios, lejos de ser una imposición dogmática posterior, constituye el núcleo mismo del cristianismo primitivo.

El papel de la Iglesia como custodia de la fe

La preservación de la fe en la divinidad de Cristo ejemplifica cómo la Iglesia Católica ha ejercido su función de custodia del «depósito de la fe» (depositum fidei). Esta custodia implica un discernimiento doctrinal que distingue entre el desarrollo legítimo de la doctrina y las desviaciones heterodoxas, una transmisión integral de la revelación, y una adaptación pedagógica a cada época sin alterar su contenido esencial.

El hallazgo del Mosaico de Megido refrenda especialmente este papel de discernimiento: las definiciones doctrinales establecidas por la Iglesia en los primeros concilios ecuménicos fueron fieles a la fe apostólica originaria, como ahora confirma la evidencia arqueológica.

El Mosaico de Megido constituye una refrendación arqueológica de la fidelidad de la Iglesia Católica a la tradición apostólica en su aspecto más fundamental: la divinidad de Cristo.

Este descubrimiento invita a una renovada valoración del papel histórico de la Iglesia como depositaria y transmisora de la revelación cristiana en su integridad, y como defensora de la verdad sobre Cristo frente a las interpretaciones parciales o desviadas que han surgido a lo largo de la historia.

En un mundo donde las interpretaciones relativistas de la fe se multiplican, el Mosaico de Megido nos recuerda que la Iglesia Católica ha mantenido viva la proclamación que ya resonaba en las primeras comunidades cristianas: Jesucristo es verdaderamente Dios.