Un prodigio con pruebas irrefutables

Entre los innumerables milagros reconocidos por la Iglesia Católica, el Milagro de Calanda destaca como el más documentado y respaldado por pruebas históricas y testimonios. Este hecho extraordinario, ocurrido en el siglo XVII, narra la inexplicable restitución de la pierna amputada de Miguel Pellicer tras encomendarse a la Virgen del Pilar. Con más de 24 testigos presenciales, registros médicos y el reconocimiento oficial de la Iglesia y del rey Felipe IV, el suceso sigue desafiando cualquier explicación racional.

Un accidente fatal y la fe en la Virgen del Pilar

Miguel Pellicer era un joven de 20 años nacido en Calanda, un pequeño pueblo de la provincia de Teruel, España. En 1637, mientras trabajaba en los campos de Castellón, sufrió un grave accidente: al caer de un carro tirado por mulas, una de las ruedas le pasó por encima de la pierna derecha, fracturándosela de manera irreversible.

Fue trasladado al hospital de Valencia, pero debido a la gravedad de la lesión, sus familiares decidieron llevarlo al Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza. Allí, los médicos determinaron que la única solución era amputarle la pierna por debajo de la rodilla. La intervención se realizó sin anestesia, usando un torniquete y un serrucho. La extremidad fue enterrada en el propio hospital, siguiendo la costumbre de la época.

Pese a la tragedia, Miguel Pellicer jamás perdió la fe. Se quedó en Zaragoza y durante dos años sobrevivió mendigando en la puerta de la Basílica del Pilar, apoyado en muletas. Su devoción por la Virgen del Pilar era inquebrantable, y cada día ungía su muñón con el aceite de las lámparas que ardían en el santuario, convencido de que recibiría una gracia especial.

La noche en que la pierna volvió a crecer

En marzo de 1640, Miguel decidió regresar a casa de sus padres en Calanda. La noche del 29 de marzo, tras un largo día de trabajo en el campo, se acostó temprano en un humilde lecho que compartía con otro miembro de la familia.

A la mañana siguiente, su madre, María Blasco, entró en la habitación y quedó paralizada al ver que de la manta sobresalían dos pies. Despertó a su hijo y, entre lágrimas y gritos de asombro, comprobó que la pierna amputada había reaparecido completamente adherida a su cuerpo, con las cicatrices de la amputación aún visibles, pero en perfecto estado.

La noticia corrió rápidamente por el pueblo y en cuestión de horas la casa de los Pellicer se llenó de vecinos y autoridades locales. Nadie podía creer lo que veían: Miguel Pellicer, el joven sin pierna, caminaba nuevamente.

Una investigación rigurosa y el reconocimiento oficial

El caso llegó a oídos del arzobispo de Zaragoza, quien ordenó una investigación exhaustiva. Se convocó a un tribunal eclesiástico en el que más de 24 testigos declararon bajo juramento. Entre ellos estaban los médicos que habían realizado la amputación, vecinos que conocieron a Miguel sin su pierna, y el párroco de Calanda, quien certificó el prodigio.

El tribunal eclesiástico confirmó la autenticidad del milagro el 27 de abril de 1641. Poco después, el arzobispo Pedro Apaolaza Ramírez emitió una declaración oficial reconociendo la intervención divina.

La fama del milagro llegó hasta Madrid, donde el propio rey Felipe IV pidió conocer a Miguel Pellicer. En una audiencia real, el monarca se arrodilló ante él y exclamó: «Este es el hombre a quien Dios ha devuelto la pierna».

El milagro que desafía la ciencia

A pesar de los avances médicos actuales, la regeneración de una extremidad amputada sigue siendo imposible. El caso de Miguel Pellicer continúa siendo un enigma que desafía la lógica científica y confirma la presencia de lo sobrenatural en la historia de la humanidad.

El Milagro de Calanda sigue siendo un faro de fe para millones de católicos en todo el mundo. Su documentación exhaustiva y el reconocimiento de las más altas autoridades eclesiásticas y civiles lo convierten en el milagro con mayor respaldo histórico en la historia del cristianismo. A más de 380 años del prodigio, su legado sigue siendo un recordatorio del poder de la fe y la intercesión de la Virgen María.