La administración Trump ha desatado una tormenta proteccionista que está redibujando los mapas comerciales globales. En el epicentro de esta transformación se encuentran Brasil e India, dos de los mercados emergentes más impactados por la ofensiva arancelaria estadounidense, que ahora ejecutan un movimiento estratégico de considerable envergadura: profundizar sus vínculos bilaterales como mecanismo de defensa y diversificación económica.

Esta semana, una delegación brasileña de alto nivel liderada por el vicepresidente Geraldo Alckmin ha convergido en Nueva Delhi con un objetivo claro y ambicioso: triplicar el comercio bilateral desde los actuales 12 mil millones de dólares, cifra que en 2024 alcanzó los 16 mil millones. El movimiento representa más que una simple iniciativa comercial; constituye una respuesta calculada a la erosión de certidumbres que caracteriza el nuevo orden internacional.

La magnitud del golpe: cómo los aranceles de Trump impactan a las economías emergentes

La Casa Blanca ha impartido a ambas naciones algunos de los aranceles más severos de la era Trump: un gravamen del 50 por ciento sobre múltiples productos brasileños e indios. Aunque Washington ha otorgado exenciones posteriores en sectores selectos —liberando a farmacéuticos y electrónicos indios, y beneficiando a varios productos brasileños— los impuestos residuales representan un riesgo económico de magnitud considerable.

Para Brasil, la exposición es particular: aproximadamente el 12 por ciento de sus exportaciones totales se dirigieron hacia Estados Unidos el año anterior, lo que convierte a bienes críticos como la carne de vacuno y el acero en activos vulnerables a las fluctuaciones de la demanda estadounidense. Los analistas advierten que las políticas proteccionistas de Trump podrían restar casi un punto porcentual del crecimiento económico brasileño.

India, por su parte, enfrenta una vulnerabilidad aún más pronunciada. Casi una quinta parte de sus exportaciones totales —principalmente electrónica, joyería y productos farmacéuticos— tiene como destino el mercado estadounidense. Esta dependencia estructural ha colocado al primer ministro Narendra Modi en una posición diplomática particularmente delicada, obligado a navegar entre la lealtad a sus aliados del mundo en desarrollo y la necesidad de mantener relaciones viables con Washington.

Cuando los aranceles transforman la diplomacia

La tensión entre Washington y Brasilia alcanzó un punto de quiebre en agosto, cuando la administración Trump impuso los gravámenes del 50 por ciento en represalia por el procesamiento del expresidente Jair Bolsonaro, un aliado político del mandatario estadounidense. Aunque un encuentro bilateral entre Lula y Trump en la Asamblea General de la ONU en septiembre generó cierto descongelamiento diplomático, los aranceles de importación permanecen en vigor.

El incidente evidencia cómo las consideraciones políticas estadounidenses se entrelazan con las presiones económicas globales, creando un panorama de incertidumbre que ha acelerado la búsqueda brasileña de nuevos socios comerciales. El presidente Lula, de 79 años, quien asumió su mandato en 2023 con la promesa explícita de diversificar los mercados de Brasil, ha reorientado progresivamente su atención hacia Indonesia, Malasia, Turquía e India, un esfuerzo que se ha intensificado dramáticamente desde la llegada de Trump a la presidencia en 2025.

Realineamientos globales: el desmontaje del orden comercial tradicional

Lo que ocurre entre Brasil e India es apenas un reflejo de transformaciones estructurales más profundas. La alianza emergente entre el presidente brasileño Lula y el primer ministro Modi constituye uno de los ejemplos más contundentes de los realineamientos geopolíticos contemporáneos, en un contexto donde Washington está desmantelando alianzas y arreglos comerciales que llevaban décadas en vigencia.

Estas reorientaciones no se limitan al eje Brasil-India. La misma presión arancelaria ha incentivado a Nueva Delhi a descongelar sus relaciones tensas con Pekín. Paralelamente, ha proporcionado el impulso definitivo para que el Mercosur y la Unión Europea finalmente cierren un acuerdo comercial que había permanecido estancado durante años. Como expresó Thiago de Aragão, director de la consultora Arko International en Washington: «La guerra comercial de Trump está generando una reorganización total del comercio mundial. Aunque todos quieren resolver sus problemas con Estados Unidos, existe el temor de que esta mentalidad de la administración Trump sea una tendencia de largo plazo».

La agenda de Nueva Delhi: sectores prioritarios y objetivos cuantitativos

La delegación brasileña, que incluye a ejecutivos de corporaciones de envergadura como Petrobras, Vale y BRF, ha identificado sectores específicos como prioridades de cooperación. Los mercados indios de café y etanol despiertan particular interés, dado el potencial de absorción de exportaciones brasileñas en estos rubros. Adicionalmente, ambas naciones planean ampliar el acuerdo comercial preferencial Mercosur-India, inicialmente firmado en 2004, adaptándolo a las nuevas realidades económicas.

Durante su visita de tres días a la India, Alckmin mantendrá encuentros con personalidades clave del gobierno indio, incluyendo el ministro de Defensa Rajnath Singh, el ministro de Comercio e Industria Piyush Goyal, el vicepresidente C.P. Radhakrishnan, el ministro de Petróleo y Gas Natural Hardeep Singh Puri, y el ministro de Asuntos Exteriores S. Jaishankar. El programa contempla la firma de dos decretos presidenciales que fortalecen la cooperación bilateral, así como la celebración de la primera reunión ministerial de revisión comercial entre ambas naciones.

Los objetivos son explícitamente ambiciosos: el intercambio bilateral, que alcanzó los 16 mil millones de dólares en 2024, se proyecta llegar a 20 mil millones en los próximos cinco años, con énfasis particular en energía, agricultura, biotecnología y manufactura avanzada. En febrero, esta aspiración ya había comenzado a materializarse cuando Petrobras y Bharat Petroleum, la estatal petrolera india, suscribieron un acuerdo para el suministro de seis millones de barriles de crudo, movimiento calificado como estratégico para diversificar las fuentes energéticas indias.

La danza diplomática: Modi entre dos mundos

El comportamiento de Modi ilustra las complejidades inherentes a esta realineación. Inicialmente, el primer ministro mostró reluctancia en asistir a la cumbre anual de los BRICS que Brasil organizó en julio, temeroso de que su participación pudiera deteriorar la relación con Washington. Sin embargo, Trump irritó al líder indio al afirmar unilateralmente que había «resuelto» la más reciente escalada militar entre India y Pakistán, posición que Modi rechazó rotundamente.

Fue en este contexto de creciente fricción que las gestiones de Lula resultaron persuasivas. Durante la cumbre de los BRICS en Río de Janeiro, Brasil desplegó una alfombra diplomática para Modi, incluyendo un almuerzo de Estado en el palacio presidencial. El resultado fue que Modi se alineó explícitamente con Brasil, criticando públicamente los «dobles estándares» que ambas naciones enfrentan por parte de Occidente, un posicionamiento que no pasó desapercibido en Washington.

La Casa Blanca respondió con dos rondas adicionales de aranceles del 25 por ciento contra India, esta vez justificados por las continuas compras de combustible ruso del país asiático. Sin embargo, en semanas recientes se ha observado un enfriamiento de las tensiones: Modi y Trump mantuvieron dos llamadas telefónicas durante las cuales se calificaron mutuamente de «amigos», mientras que los negociadores comerciales de ambas naciones reanudaron formalmente sus conversaciones.

Precedentes históricos: cuando los emergentes se unen contra Washington

La asociación Brasil-India no representa un fenómeno totalmente novedoso. A comienzos de la década de 2000, ambas naciones se aliaron estratégicamente con otros mercados emergentes para enfrentar a las potencias occidentales durante las negociaciones de la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio. En ese contexto, las naciones en desarrollo resistieron colectivamente las exigencias de liberalización comercial, una resistencia que frustró las conversaciones multilaterales pero que fortaleció significativamente sus industrias domésticas. Aquella experiencia proporcionaba un modelo de acción conjunta que ambas naciones ahora buscan reactualizar.

Limitaciones estructurales: los obstáculos para una integración profunda

Sin embargo, ni Lula ni Modi pueden ignorar las limitaciones estructurales que circunscriben su capacidad de integración comercial. Una complicación fundamental radica en que ambos países exportan productos similares hacia los mercados globales. Brasil e India compiten directamente con café, azúcar, productos farmacéuticos y bienes manufacturados, lo que limita el potencial de complementariedad comercial bilateral.

Adicionalmente, ambas naciones mantienen dependencias críticas respecto a China. Pekín es el principal socio comercial de Brasil y el segundo para India, una realidad que restringe la flexibilidad de ambos gobiernos para reorientar significativamente sus patrones de comercio. Como señalara Matias Spektor, profesor de relaciones internacionales de la Fundación Getulio Vargas en São Paulo: «Washington ofrece mercados a Brasil e India que ellos no pueden ofrecerse entre sí. Cambiar los patrones de comercio y la estructura de las cadenas de valor no es algo que los gobiernos puedan imponer por decreto».

Esta observación subraya una realidad incómoda: por más que ambos países busquen diversificar sus asociaciones y reducir su exposición a la volatilidad de Washington, su dependencia estructural del mercado estadounidense —y, en menor medida, del chino— permanece como una barrera insuperable a una ruptura completa.

Un nuevo orden en formación: la reorganización de las certezas geopolíticas

Aun así, lo que está ocurriendo entre Brasil e India transcendería el mero cálculo económico. Representa una respuesta defnitoria a una pregunta más amplia sobre cómo el mundo debe organizarse cuando las certezas que lo han estructurado durante décadas se desmoronan. Las viejas alianzas se agrietan, los compromisos multilaterales se erosionan, y nuevas coaliciones emergen en los intersticios de un orden en transición.

Para Brasil e India, esta nueva asociación forjada en el crisol de un agravio compartido —la presión arancelaria de una administración estadounidense impredecible— ofrece, al menos, la ilusión de agencia en un momento de considerable incertidumbre. No promete soluciones definitivas ni ruptura con Washington, pero sí representa un esfuerzo calculado por preservar márgenes de maniobra económica y política en un mundo donde tales márgenes se estrechan progresivamente.

La delegación brasileña que converge esta semana en Nueva Delhi no llegará con respuestas a los dilemas estructurales que enfrenta el comercio global. Sin embargo, su presencia simboliza algo más profundo: el surgimiento de una resistencia pragmática, donde los mercados emergentes buscan, modestamente pero con determinación, redefinir los términos de su inserción en una economía mundial que les resulta cada vez más hostil.