La multinacional estadounidense Whirlpool anunció el cierre definitivo de su planta de lavarropas ubicada en el Parque Industrial de Fátima, en Pilar, provincia de Buenos Aires, apenas tres años después de su inauguración. La decisión implica la desvinculación de 220 trabajadores y marca un giro radical en la estrategia de la compañía, que abandonará la producción local para concentrarse exclusivamente en la importación y comercialización de electrodomésticos en Argentina.
La medida, aunque sorpresiva en su momento, responde a un patrón recurrente en la historia de Whirlpool en el país y se inscribe en un contexto de profunda reconfiguración del sector industrial argentino, caracterizado por el cierre masivo de empresas, la pérdida de competitividad frente a las importaciones y la caída sostenida del consumo interno.
Una inversión millonaria que no logró sus objetivos
La planta de Pilar fue inaugurada en octubre de 2022 con una inversión de 50 millones de dólares (otras fuentes la cifran en 52 millones) y se presentó como la fábrica de lavarropas más moderna de su tipo en el mundo. Con una superficie de 30.000 metros cuadrados y capacidad para producir un lavarropas cada 40 segundos, el proyecto original contemplaba alcanzar una producción anual de 300.000 unidades, con el 70% destinado a exportación.
La planta empleaba a 460 trabajadores de manera directa y generaba más de 1.000 puestos de trabajo indirectos. Su objetivo era recuperar el perfil exportador de Whirlpool en Argentina después de dos décadas y posicionar al país como un centro productivo regional para lavarropas de carga frontal de última generación.
Sin embargo, estos objetivos nunca se materializaron. Los altos costos de producción en Argentina tornaron inviable la exportación del porcentaje proyectado, mientras que el mercado interno no compensó esa ecuación. La combinación de factores macroeconómicos adversos y la creciente competencia de productos importados terminó por hacer insostenible la operación.
Las señales de alarma que precedieron al cierre
El desenlace no fue repentino. Ya en mayo de 2024, Whirlpool había iniciado una reorganización operativa que incluyó el recorte de un turno de producción y la reducción de 60 puestos de trabajo. En ese momento, la firma justificó la medida como una necesidad de «adaptar el programa de producción al entorno actual», concentrando la fabricación en un único turno matutino para simplificar su modelo organizacional.
Esta primera reestructuración evidenciaba que la compañía enfrentaba dificultades para sostener los niveles de producción inicialmente proyectados. La gran mayoría de los trabajadores del turno tarde fueron relocalizados en el turno mañana, mientras que el segundo turno quedó limitado a tareas de soporte productivo e inyección plástica. Fue el preludio del cierre definitivo que se concretaría meses después.
Los factores detrás del fracaso: pérdida de competitividad y apertura importadora
Whirlpool atribuyó oficialmente su decisión a la pérdida de competitividad para exportar y al fuerte impacto de la competencia de productos importados. Fuentes del sector profundizaron en estos argumentos, señalando que producir en Argentina es entre un 25% y un 30% más caro que en Brasil debido a la elevada presión impositiva, la falta de infraestructura adecuada y la legislación laboral vigente.
La apreciación del peso frente al dólar, sostenida como parte de la política económica del gobierno de Javier Milei, encareció la producción argentina y complicó severamente la exportación de bienes. Paralelamente, el alza de las tasas de interés frenó el acceso al crédito, dificultando las inversiones y el capital de trabajo necesario para mantener operaciones de esta escala.
La apertura de importaciones decretada por el gobierno actual golpeó con particular dureza al sector de línea blanca. Los precios de los electrodomésticos importados cayeron en promedio un 20%, según datos de la consultora NielsenIQ, erosionando los márgenes de las empresas locales. En este nuevo escenario, Whirlpool optó por seguir el mismo camino que otras multinacionales: abandonar la producción local y dedicarse a importar productos fabricados en otros países de la región.
Negociaciones laborales y paquete de salida
La compañía se encuentra actualmente negociando con la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) el paquete de salida para los 220 trabajadores afectados, que incluye tanto al personal de producción como a otros sectores vinculados con la operatoria de la planta, como áreas de ingeniería y calidad. Según se informó, el acuerdo contemplará la indemnización legal correspondiente más un plus adicional, aunque al momento no hay información certera sobre los montos específicos.
El impacto laboral trasciende los números inmediatos. Estos 220 puestos de trabajo directos representan familias afectadas en un contexto económico ya de por sí difícil, y se suman a los más de 1.000 empleos indirectos que la planta generaba en su cadena de proveedores y servicios asociados.
El futuro de Whirlpool en Argentina: solo comercialización
A pesar del cierre de la planta, Whirlpool aseguró que su «continuidad en Argentina no está en revisión» y que mantendrá su presencia comercial en el país. La compañía garantizó el abastecimiento de electrodomésticos, accesorios y repuestos en todo el territorio nacional, pero bajo un modelo operativo completamente diferente: todos los productos serán importados.
El portafolio completo de la marca seguirá disponible, incluidos lavarropas, cocinas, heladeras y equipos de alta gama de KitchenAid, entre otras líneas. La empresa se concentrará exclusivamente en ventas y servicio posventa, «bajo un esquema operativo alineado con las condiciones del entorno local y regional», según reza el comunicado oficial.
Resta definir qué destino tendrá la moderna planta de 30.000 metros cuadrados y el terreno lindero que la compañía había adquirido con vistas a una eventual expansión que ahora no se concretará.
El caso Whirlpool en el contexto de una industria en retroceso
El cierre de Whirlpool no es un caso aislado, sino parte de una tendencia preocupante que atraviesa al sector industrial argentino. Según un informe del Centro de Economía Política Argentina, en el primer año y medio del gobierno de Milei cerraron 17.063 empresas más de las que abrieron, lo que equivale a 28 cierres netos por día, con un saldo negativo de 236.845 puestos de trabajo.
Los sectores más golpeados han sido la construcción y la industria manufacturera. Tras sufrir un derrumbe en 2024 por la paralización de la obra pública y la recesión derivada del recorte del gasto estatal, estos sectores aún se mantienen entre un 22% y un 9%, respectivamente, por debajo del promedio de 2023.
Particularmente alarmante es el caso de la industria textil, que trabaja al 44,4% de su capacidad instalada, cinco puntos por debajo de 2024 y casi 15 menos que en noviembre de 2023. El sector no puede competir con los precios de la ropa importada de China, que ingresa tanto a través de intermediarios como de forma directa mediante plataformas de compra online como Temu y Shein. Según datos de ProTejer, se han perdido cerca de 15.000 puestos de trabajo formales en el sector.
Otros cierres industriales recientes: una lista en expansión
La lista de empresas que han cerrado operaciones o reducido drásticamente su personal en los últimos meses es extensa y abarca diversos sectores:
En el sector de artículos para el hogar, Essen, la tradicional empresa santafesina de productos de cocina, confirmó 29 desvinculaciones en su planta industrial de Venado Tuerto, motivadas por una caída del 10% en la demanda local respecto de 2024. El fabricante de muebles Color Living cerró una de sus plantas, mientras que la metalúrgica santafecina Cramaco anunció el cierre de su planta en la localidad de Sastre para volcarse completamente a la venta de generadores de energía importados.
En el rubro textil y calzado, Grupo Dass, fabricante local de marcas como Nike, Adidas y Fila, anunció en julio la desvinculación de 164 colaboradores, tras haber cerrado su planta en Coronel Suárez para unificar operaciones en Misiones.
Desde el sector de consumo masivo, Kenvue, dueña de marcas como Siempre Libre y Carefree, cerró sus líneas de producción en Pilar para pasar a un modelo 100% importador. Dánica cerró su histórica planta de Llavallol, activa desde 1939, y pasó a tercerizar la producción. La Suipachense, empresa láctea que procesaba 250.000 litros diarios de leche, directamente quebró, dejando sin empleo a 140 trabajadores.
Procesos preventivos de crisis en máximos históricos
El repunte económico de la primera mitad de 2025 redujo, sin detener completamente, el ritmo de destrucción de empresas, pero se aceleraron los procesos preventivos de crisis (PPC), mecanismo mediante el cual las firmas buscan evitar despidos o suspensiones. En los primeros diez meses de 2025 hubo 143 PPC, una cifra que ya supera el total de 2024 y es la más alta desde 2018 y 2019, cuando el país acumuló dos años consecutivos de caída del PIB al final del gobierno de Mauricio Macri.
La capacidad instalada en mínimos: comparaciones con la pandemia
En septiembre, la capacidad instalada de la industria manufacturera fue del 61,1%, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Se trata de un valor tan bajo que casi iguala al de ese mes en 2020 (60,8%), en plena pandemia de COVID-19, cuando las restricciones sanitarias paralizaron buena parte de la actividad económica.
El debate sobre competitividad: la posición empresarial
El titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Martín Rappallini, admitió que Argentina debe abrirse al mundo y competir, pero enfatizó que para hacerlo el país necesita políticas que reduzcan los costos que actualmente encarecen la fabricación local. «No hay país en el mundo que se haya desarrollado a nivel industrial cerrando la economía. No existe. La integración es el gran camino. Pero hay que tomar políticas muy fuertes frente a las distorsiones que se construyeron», declaró.
Rappallini también alertó sobre casos de competencia desleal, particularmente con productos que ingresan desde China sin los controles impositivos correspondientes, lo que genera una asimetría imposible de compensar para los productores locales.
Ecos de los años noventa: una crisis industrial con precedentes
La crisis que atraviesa la industria argentina evoca inevitablemente la de los años noventa, cuando el presidente Carlos Menem abrió las importaciones y muchas empresas debieron cerrar por no poder competir con los precios de los productos extranjeros. Aquella política de convertibilidad y apertura indiscriminada dejó un tendal de fábricas cerradas y miles de empleos destruidos, particularmente en el sector textil y de bienes de consumo.
La diferencia con el presente radica en el contexto global y en las herramientas disponibles. Hoy las cadenas de valor están más integradas, el comercio electrónico transfronterizo es una realidad cotidiana y las plataformas digitales permiten a los consumidores acceder directamente a productos fabricados en cualquier parte del mundo. Esto complejiza aún más el desafío para la industria local, que debe competir no solo con importadores tradicionales sino con canales de venta directa que operan con estructuras de costos radicalmente diferentes.
Desafíos estructurales: más allá de la coyuntura
Más allá de las políticas de apertura del gobierno actual, el caso Whirlpool y el conjunto de cierres industriales ponen de manifiesto desafíos estructurales que Argentina arrastra desde hace décadas: una elevada presión impositiva que encarece la producción, infraestructura deficiente que aumenta costos logísticos, marcos regulatorios laborales que limitan la flexibilidad operativa y una inflación persistente que erosiona la competitividad en términos de dólares.
Estos factores no son nuevos, pero la combinación actual de apertura importadora, apreciación cambiaria y caída del consumo interno los ha puesto en el centro del debate. Para las empresas multinacionales como Whirlpool, la ecuación es relativamente simple: si producir localmente no resulta rentable en comparación con importar desde otros centros productivos regionales, la decisión de relocalización es casi inevitable.
Una encrucijada con final incierto
El cierre de la planta de Whirlpool en Pilar condensa las tensiones y contradicciones del actual momento económico argentino. Por un lado, evidencia las dificultades de sostener proyectos industriales en un contexto de costos elevados y apertura comercial acelerada. Por otro, plantea interrogantes sobre el modelo de desarrollo que el país está construyendo: ¿es posible generar empleo de calidad sin una base industrial sólida? ¿Pueden las economías modernas prescindir de la manufactura y concentrarse solo en servicios y comercialización?
Para los 220 trabajadores que perderán sus empleos, estas preguntas tienen una urgencia concreta. Para el sector industrial argentino, representan un desafío existencial que requerirá respuestas tanto en el plano de las políticas públicas como en las estrategias empresariales. El caso Whirlpool difícilmente será el último capítulo de esta historia.



