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La inversión en inteligencia artificial alcanza proporciones históricas pese a señales de burbuja financiera

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Las grandes tecnológicas estadounidenses han comprometido 2,9 billones de dólares para centros de datos entre 2025 y 2029, con ingresos atribuibles a IA que apenas alcanzan el 2% de la inversión, generando alarmas sobre una posible burbuja con consecuencias sistémicas para la economía global

Un despliegue industrial sin precedentes que sustenta el crecimiento estadounidense

El desarrollo de la inteligencia artificial en Estados Unidos ha alcanzado una escala que desafía cualquier comparación histórica. Las principales empresas tecnológicas del país han comprometido inversiones cercanas a los 2,9 billones de dólares para el período 2025-2029, una cifra que equivale a casi veinte Planes Marshall ajustados por inflación. Este despliegue masivo de infraestructura ha transformado profundamente la economía estadounidense: según el Fondo Monetario Internacional, el auge de la inversión en el sector ha evitado una fuerte desaceleración económica, mientras que las empresas asociadas a la IA han representado el 90% de las inversiones en capital y el 80% del crecimiento del índice S&P 500 desde la irrupción de ChatGPT en 2022.

La magnitud de estas inversiones resulta difícil de dimensionar. Solo en el último año, Microsoft, Google, Amazon y Meta han gastado aproximadamente 360.000 millones de dólares en centros de datos y equipamiento informático, una suma equivalente a cuatro años completos del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP), que distribuye más de 90.000 millones de dólares anuales a 42 millones de estadounidenses. La construcción de un solo centro de datos requiere más de dos años, aproximadamente 1.500 trabajadores y oscila entre 30.000 y 60.000 millones de dólares, casi tanto como los beneficios trimestrales de estas corporaciones.

La paradoja entre inversión masiva y rentabilidad esquiva

Pese a las cifras astronómicas invertidas, la rentabilidad de la inteligencia artificial permanece elusiva. Los ingresos actualmente atribuibles a servicios de IA apenas rondan menos del 2% de las inversiones totales, una proporción mínima frente a unos enormes costes en centros de datos que se deprecian en pocos años. OpenAI, la empresa líder del mercado y creadora de ChatGPT, generó 3.700 millones de dólares en 2024 frente a gastos operativos de hasta 9.000 millones de dólares. Aunque proyecta alcanzar 13.000 millones en ingresos este año, se prevé que gaste 129.000 millones de dólares antes de 2029. Por cada dólar adicional de ingresos, la compañía ha gastado aproximadamente ocho.

El uso empresarial de la IA también muestra señales preocupantes de estancamiento. La Oficina del Censo de Estados Unidos, que encuesta a 1,2 millones de empresas cada 15 días, descubrió que el uso de herramientas de IA en firmas con más de 250 empleados cayó del 14% en junio al 12% en agosto de 2024. Los principales desafíos técnicos incluyen la tendencia de los modelos a generar información plausible pero falsa, problemas de confiabilidad y el pobre desempeño de los agentes autónomos, que completan sus tareas con éxito solo un tercio de las veces.

Concentración extrema del poder corporativo y financiero

El boom de la IA ha generado una concentración de poder económico sin precedentes. Ocho de las diez empresas más valiosas del mundo son gigantes corporativos estadounidenses centrados en la IA o relacionados con ella: Nvidia, Apple, Microsoft, Google, Amazon, Broadcom, Meta y Tesla. El valor colectivo de estas ocho empresas, 23 billones de dólares, supera el valor de las siguientes 96 empresas estadounidenses más valiosas juntas, incluyendo nombres como JPMorgan, Walmart, Visa y ExxonMobil. Nvidia, el principal vendedor de chips para IA, llegó a alcanzar un valor de mercado de 5 billones de dólares, más que los mercados bursátiles completos de la mayoría de países excepto los cinco más grandes.

Esta concentración también se refleja en los mercados de deuda. Las tecnológicas han superado a los bancos como primer sector global de deuda corporativa, con bonos considerados tan seguros que Microsoft ha emitido títulos con mejor calificación que los del Tesoro estadounidense. Sin embargo, para evitar daños en sus calificaciones, estas empresas están recurriendo a estructuras cada vez más opacas: sociedades vehículo donde promotores construyen los centros de datos, los alquilan a las tecnológicas y empaquetan los ingresos futuros en bonos vendidos a grandes fondos de inversión. La deuda se dispersa así por todo el sistema financiero mientras las tecnológicas obtienen capacidad de cómputo sin endeudarse oficialmente.

OpenAI como epicentro de un circuito financiero autorreferencial

OpenAI ocupa el centro neurálgico de toda esta estructura. Con más de 500 millones de usuarios —un 6% de la población mundial—, el éxito de ChatGPT justifica teóricamente la demanda de computación por la que se están construyendo tantos centros de datos. La empresa también alimenta la euforia inversora anunciando acuerdos con Nvidia, AMD, Broadcom, Amazon y Oracle, prometiéndoles futuros ingresos. Sin embargo, buena parte de estos acuerdos forman un circuito financiero cerrado: las empresas que invierten en OpenAI reciben posteriormente ese dinero en contratos de computación o chips. Nvidia, por ejemplo, ha prometido invertir hasta 100.000 millones de dólares en OpenAI, aproximadamente el gasto gubernamental anual de Nueva York para 8,5 millones de personas en policía, escuelas públicas, hospitales y servicios sociales.

Señales inequívocas de burbuja especulativa

Las características clásicas de una burbuja financiera están presentes: financiación de proveedores, concentración extrema en pocas empresas, endeudamiento opaco cada vez más especulativo, y gastos y valorizaciones disparados sin un camino claro hacia beneficios económicos. El economista Julien Garran, socio de MacroStrategy Partnership, estima que esta burbuja es «17 veces más grande que el estallido de la burbuja de las puntocom». En el tercer trimestre de 2024, las operaciones de capital de riesgo con empresas privadas de IA cayeron un 22% intertrimestral, señalando un enfriamiento del entusiasmo inversor.

Los resultados recientes de las grandes tecnológicas han generado optimismo cauto pero también nuevas dudas. Los ingresos del tercer trimestre de Palantir aumentaron un 63%, pero el precio de sus acciones cayó un 7% tras conocerse la noticia. AMD y Meta también vieron cómo sus sólidos resultados relacionados con la IA se veían eclipsados por las preocupaciones del mercado sobre la sostenibilidad del sistema. Gary Marcus, profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Nueva York, es contundente: «Con excepción de Nvidia, que está vendiendo a manos llenas, la mayoría de las empresas de IA generativa están tremendamente sobrevaloradas. Estimo que todo se derrumbará, posiblemente pronto».

El frágil equilibrio entre tecnología, finanzas y política trumpista

El despliegue de la IA ha sido el principal motor de la economía estadounidense durante el segundo mandato de Donald Trump, un auge que oculta el deterioro causado por sus otras políticas. Los aranceles y la persecución de trabajadores migrantes elevan los costes para consumidores y empresas, mientras la inversión en nuevas fábricas ha caído y el empleo manufacturero encadena su peor racha desde la pandemia. Más de la mitad del 1,6% de crecimiento del PIB estadounidense en el primer semestre de 2025 procede de la inversión ligada a la IA.

La interacción entre el boom tecnológico y la política comercial resume el caos económico del trumpismo. Aunque Trump prometió reindustrializar el país, las grandes beneficiarias de sus políticas son las tecnológicas, a quienes ha concedido exenciones arancelarias: los componentes electrónicos de los centros de datos están libres de tasas y las importaciones desde Taiwán se han disparado un 500%. Este frágil pacto entre el capital tecnológico, el financiero y la Administración Trump podría romperse si aumenta el descontento por los centros de datos o si el ala más radical del movimiento MAGA impone su rechazo a Silicon Valley. Steve Bannon ya está llamando a ilegalizar la IA.

El coste energético de la revolución computacional

El impacto medioambiental del despliegue de la IA es considerable. Todos los centros de datos anunciados o en construcción consumirían aproximadamente tanta electricidad como 44 millones de hogares estadounidenses si funcionaran a plena capacidad, casi un tercio del número total de unidades de vivienda residencial en todo el país. Esta demanda dispara los precios de la energía y alimenta tensiones locales en estados como Virginia, Texas u Ohio. La llegada de Trump a la Casa Blanca representa además una ocasión perdida para la política climática: si el equipo de Joe Biden hubiese continuado, el boom de la IA habría estado acompañado de un despliegue masivo de energías renovables. Trump, en cambio, ha forzado que este despliegue se apoye en la industria fósil.

Dos escenarios radicalmente opuestos para la economía global

El desenlace de esta apuesta histórica dependerá de si semejante inversión resulta económicamente viable. Si los centros de datos logran rentabilizarse e integrar productivamente los modelos de IA en la economía en poco tiempo, el mundo pondrá rumbo a un cambio tecnológico que transformará todo tipo de sectores. La IA representaría una nueva tecnología de utilidad general capaz de redefinir cómo accedemos, mezclamos y producimos información y contenido, comparable a la electricidad o internet.

Sin embargo, si la apuesta fracasa porque la rentabilidad resulta mucho menor que la deuda que alimenta el ciclo, el ajuste bursátil será brutal. El contagio a través de los fondos de inversión provocaría daños financieros sistémicos, arrastrando a la economía estadounidense y a la global. La carrera competitiva está elevando los costes de capital, y la comoditización de la IA —con modelos de prestaciones similares compitiendo por bajar precios— amenaza con convertirla en un bien abundante con márgenes de beneficio mínimos. Si las barreras de entrada siguen cayendo por el avance de proyectos abiertos chinos como DeepSeek o Qwen, o por la mejora en eficiencia de chips y algoritmos, la burbuja podría estallar.

El liderazgo estadounidense en movilización de capital privado

Este despliegue confirma el diagnóstico del informe Draghi sobre la competitividad europea: el dinamismo de la economía estadounidense se debe a la profundidad de sus mercados de capitales. Ninguna otra economía de mercado puede movilizar billones de dólares de capital privado hacia un sector en tan poco tiempo. La Unión Europea, con un sistema bancario fragmentado y reacio al riesgo, es incapaz de absorber capital privado a esa escala y moviliza recursos principalmente a través de presupuestos nacionales. China, pese a los éxitos de DeepSeek y Qwen, se ha visto forzada a construir un ecosistema en torno a Huawei y el fabricante SMIC por las restricciones de Washington, y sigue dependiendo de chips limitados de Nvidia.

La carrera por la IA se estima que costará quince veces el programa espacial Apolo y más de 150 veces el Proyecto Manhattan, consolidándose como uno de los mayores programas industriales de la historia. Las grandes tecnológicas están decidiendo con qué datos se entrenan los modelos, qué reglas determinan el entrenamiento y qué aspectos del mundo quedan excluidos. Su apuesta es radical: desplegar una revolución burocrática que automatice las tareas de oficina que forman la base del trabajo del siglo XXI. En las economías desarrolladas, los trabajadores de oficina representan cerca del 50% de la fuerza laboral, y bastaría con una IA que actúe como un empleado que nunca descansa para alterar por completo nuestras sociedades.

La pregunta ya no es si la IA transformará el mundo, sino si el capitalismo financiero podrá sostener económicamente la transformación que está impulsando, o si la desconexión entre expectativas y realidad provocará un ajuste que redefinirá el panorama económico global.