Mutaciones genéticas revelan adaptación sorprendente tras casi cuatro décadas de exposición radiactiva

La zona de exclusión de Chernóbil, escenario del peor accidente nuclear de la historia, ha revelado un fenómeno científico extraordinario: los perros abandonados tras la evacuación masiva de 1986 no solo han sobrevivido en un entorno extremadamente hostil, sino que su ADN muestra signos de adaptación evolutiva acelerada como respuesta directa a la radiación.

Un laboratorio viviente de evolución en condiciones extremas

Casi cuatro décadas después del desastre que obligó a evacuar a 350.000 residentes en apenas 36 horas, los descendientes de aquellas mascotas abandonadas han desarrollado modificaciones genéticas significativas que les permiten sobrevivir en un ambiente caracterizado por altos niveles de radiación, temperaturas extremas y escasez de alimentos.

Un equipo internacional de investigadores, liderado por científicos de la Universidad Estatal de Carolina del Norte y el Instituto de Ciencias de la Salud Ambiental de la Universidad de Columbia, analizó el ADN de 302 perros que habitan la zona de exclusión, comparándolos con canes de otras regiones. El estudio identificó al menos 391 regiones del genoma con patrones distintos entre los grupos analizados.

«Estas regiones del genoma funcionan como señales que nos indican dónde debemos mirar más de cerca», explicó el Dr. Matthew Breen, coautor del estudio. «Algunas de ellas podrían estar relacionadas con adaptaciones que permiten a estos animales reparar mejor su material genético tras daños provocados por el entorno».

Poblaciones diferenciadas según la exposición radiactiva

La investigación reveló diferencias genéticas notables entre los perros que habitan cerca de los antiguos reactores nucleares y aquellos ubicados en la ciudad de Chernóbil, situada a unos 16 kilómetros de distancia. Este hallazgo sugiere que el nivel de exposición a la radiación ha sido determinante en las adaptaciones genéticas desarrolladas.

Los científicos identificaron que muchos de estos perros tienen un ancestro común con los pastores alemanes, confirmando que descienden de mascotas domésticas abandonadas durante la evacuación. A pesar de no ser razas puras, la población canina ha mantenido una estructura genética y social sorprendentemente estable, con 15 grupos familiares identificados dentro de la zona de exclusión.

Adaptaciones genéticas como respuesta a la radiación

El equipo de investigación, que incluye a Elaine Ostrander del Proyecto Genoma Canino en el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano, ha logrado caracterizar la estructura genética de estos perros mestizos y descifrar sus pedigríes. El estudio ha identificado variaciones genéticas asociadas a mecanismos de reparación del ADN, que podrían ser clave para entender cómo estos animales resisten la exposición constante a la radiación.

«Lo que haya ocurrido en el genoma que permitió a estos perros sobrevivir en este entorno tan hostil son probablemente [mutaciones de] genes bastante grandes e importantes que hacen cosas bastante importantes», señala Ostrander.

Un dato revelador es la corta esperanza de vida de estos canes: mueren jóvenes, a los tres o cuatro años, cuando lo normal para perros de tamaño similar sería entre 10 y 12 años. Esta característica, lejos de ser un factor negativo para la investigación, permite observar cambios genéticos más rápidamente a lo largo de las generaciones.

Implicaciones más allá de Chernóbil

Las mutaciones observadas en los perros de Chernóbil, similares a las detectadas en otras especies de la zona como las ranas arborícolas, tienen implicaciones que trascienden el interés puramente biológico o evolutivo.

Estos hallazgos podrían aplicarse a campos como la investigación espacial, ayudando a desarrollar estrategias para proteger a los astronautas de los efectos de la exposición prolongada a la radiación durante misiones de larga duración. Además, los perros podrían funcionar como «especie centinela», permitiendo anticipar los efectos de la radiación en la salud humana.

«El caso de los perros de Chernóbil es una oportunidad única para estudiar los efectos a largo plazo de un desastre ambiental de esta magnitud», concluye el Dr. Breen. «Nos pueden enseñar mucho, no solo sobre cómo sobrevivir, sino también sobre cómo adaptarnos a un mundo en el que los retos medioambientales van en aumento».

La paradoja de Chernóbil: un refugio para la vida silvestre

Pese a los peligros que aún persisten —los radioisótopos presentes tienen una vida media de unos 30 años— la zona de exclusión de Chernóbil se ha convertido, paradójicamente, en un refugio para la vida silvestre. Sin presencia humana significativa, animales como lobos, linces, osos e incluso el caballo de Przewalski han colonizado el área.

Los perros, en particular, han generado fuertes vínculos con los trabajadores y científicos que aún operan en la región. Organizaciones internacionales como Clean Futures Fund (CFF) colaboran desde hace años en programas de vacunación, esterilización y alimentación para mejorar la vida de estos animales y reducir los riesgos sanitarios tanto para ellos como para las personas que trabajan en el área.

Un proyecto de investigación con continuidad

Timothy Mousseau, biólogo evolutivo de la Universidad de Carolina del Sur que lleva realizando estudios sobre la fauna salvaje en Chernóbil desde 2000, continúa su trabajo en la zona. Tras participar en cuatro misiones entre 2017 y 2022, planea regresar este año para seguir recopilando datos sobre estos fascinantes descendientes de las mascotas abandonadas hace casi 40 años.

«En última instancia, queremos saber qué ocurrió con el ADN genómico que permitió [a los perros] vivir, reproducirse y sobrevivir en un entorno radiactivo», afirma Mousseau, resumiendo el objetivo de una investigación que podría transformar nuestro conocimiento sobre los efectos de la radiación en los mamíferos, incluidos los humanos.