La serie «The Chosen», aclamada por su representación contemporánea de Jesucristo, ha captado la atención de millones de espectadores alrededor del mundo. Sin embargo, esta producción ecuménica, presenta importantes desviaciones doctrinales que merecen un análisis riguroso desde la perspectiva de las escrituras bíblicas, la tradición apostólica, el cristianismo primitivo y el Magisterio.
Comprometiendo la Cristología: un Jesús demasiado humano
La serie presenta una humanización excesiva de Cristo que compromete gravemente el dogma cristológico definido por los Concilios de Nicea (325) y Calcedonia (451). El Catecismo de la Iglesia Católica es claro al afirmar: «Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. En la unidad de su Persona divina, es Hijo de Dios engendrado, no creado, consustancial al Padre» (CIC 464-469).
Este fundamento dogmático encuentra su base escriturística en pasajes como: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,1.14) y «Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad» (Col 2,9).
La representación de un Jesús vacilante que necesita ayuda para formular sus enseñanzas contradice frontalmente esta verdad fundamental que la Iglesia ha preservado desde sus orígenes, como lo atestigua el Credo Niceno: «Creemos en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios… consustancial con el Padre».
Incluso se ha retratado a un Jesús que toma notas para construir sus parábolas, como si la sabiduría del Hijo eterno de Dios dependiera de razonamientos externos o ensayos humanos. Esto desconoce la comunión íntima y absoluta entre el Verbo y el Padre, ya que «nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). Jesús no aprendía del mundo; el mundo fue hecho por medio de Él (cf. Jn 1,3).
La subversión de la autoridad apostólica
Uno de los errores más graves de la serie es la presentación de los apóstoles corrigiendo a Cristo, lo que invierte el orden de la autoridad en la revelación divina. Esta representación contradice la enseñanza católica sobre la transmisión de la fe:
«La Tradición apostólica se desarrolla en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo… con la predicación de los que, con la sucesión episcopal, recibieron el carisma de la verdad» (CIC 81).
Las Escrituras son claras al establecer la autoridad única de Cristo: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy» (Jn 13,13) y «Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).
San Ireneo, testigo de la fe apostólica, confirma: «Los apóstoles nos dejaron el Evangelio en sus escritos, y también en la sucesión de los obispos, a quienes encomendaron las Iglesias» (Adversus Haereses, III, 3,1).
Tergiversaciones de figuras apostólicas
La caracterización de San Juan como socialmente inadaptado contradice la tradición católica sobre el «discípulo amado», cuya profundidad teológica le valió el símbolo del águila entre los evangelistas. Esta distorsión ignora el testimonio bíblico: «El discípulo a quien Jesús amaba… reclinado en el pecho de Jesús» (Jn 13,23).
La tradición patrística, representada por San Jerónimo, ensalza a Juan como quien «nos dejó el testimonio más elevado de la divinidad de Cristo, como un águila que se eleva a lo más alto» (Commentarii in Matthaeum).
Aún más problemático es el modo en que los apóstoles —en especial Mateo y Juan— son retratados como correctores del mismo Cristo. Esta inversión de autoridad representa una ruptura absoluta con la estructura jerárquica de la revelación. No son los discípulos quienes guían al Maestro; es Cristo quien forma, envía y otorga autoridad a los apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn 15,16).
Imaginarlos sugiriendo a Jesús qué parábolas contar, o incluso cuestionando la conveniencia de ciertos gestos o palabras, no solo carece de base bíblica, sino que mina la naturaleza misma de la revelación cristiana, en la que Dios habla al hombre, no al revés.
Además, en una de las escenas más controversiales, el apóstol Pedro expone ideas sobre planificación familiar que chocan con la moral católica tradicional. Este diálogo, claramente enmarcado en una visión moderna y ajena al contexto bíblico, trivializa la enseñanza de la Iglesia sobre la apertura a la vida y el carácter sagrado del matrimonio como reflejo del amor de Cristo por su Iglesia (cf. Ef 5,25-32).
Desviaciones Mariológicas
La representación de María en la serie contradice los dogmas marianos definidos por la Iglesia Católica: su Maternidad Divina, Virginidad Perpetua, Inmaculada Concepción y Asunción.
Sobre la virginidad perpetua, el Catecismo aclara: «La fe en la virginidad real de María ha sido impugnada arguyendo que las Escrituras mencionan hermanos y hermanas de Jesús… La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María» (CIC 500).
En un pasaje particularmente problemático para la tradición mariana, se muestra el parto de María en condiciones precarias y dolorosas, sugiriendo que ella también heredó las consecuencias del pecado original. Esta imagen contradice el dogma de la Inmaculada Concepción y la tradición patrística según la cual el parto virginal fue milagroso y sin dolor, como corresponde a la «llena de gracia» (Lc 1,28). María, nueva Eva, fue preservada de todo pecado y del castigo infligido a la mujer tras la caída: «Multiplicaré en gran manera los dolores en tus embarazos» (Gn 3,16).
El Catecismo enseña con claridad: «La Santísima Virgen fue preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción» (CIC 491). Presentar su parto en condiciones ordinarias contradice la extraordinaria intervención divina que la tradición católica reconoce en este acontecimiento salvífico.
La omisión de su Inmaculada Concepción, su Virginidad Perpetua o su Asunción no es accidental: refleja una visión protestante que relega a María a una figura secundaria, cuando en realidad es “la mujer vestida de sol” (Ap 12,1), la nueva Eva, Madre de la Iglesia
Secularización del mensaje fiel al evangelio
La serie transforma a Jesús en una figura cercana al arquetipo contemporáneo del líder carismático, diluyendo la naturaleza trascendente de su misión redentora. El Catecismo enseña: «Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey» (CIC 436).
Cristo mismo afirma: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36), y San Agustín advierte: «No busques en Cristo un simple maestro, sino a tu Salvador; no busques un sabio más, sino a tu Dios» (Sermón 117).
La serie, sin embargo, proyecta un Jesús que parece aprender de los discípulos, que se equivoca en el trato, que necesita aprobación constante, y que incluso modifica sus enseñanzas según el contexto emocional. Este retrato contradice la firmeza de quien «hablaba con autoridad, y no como los escribas» (Mt 7,29).
Jesús, en The Chosen, se parece más a un coach motivacional que al Salvador del mundo. La narrativa parece más interesada en mostrar a un hombre comprensivo que en proclamar la misión redentora de Cristo, quien vino a “dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45). Su mensaje se diluye en valores éticos genéricos, accesibles a una audiencia global, pero desconectados de la centralidad de la Cruz, el pecado y la gracia.
Como señala el Catecismo: “Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey” (CIC 436). Presentarlo simplemente como un sanador popular o un líder comunitario es rebajar su identidad a la medida del espíritu secular contemporáneo.
Influencias protestantes y mormonas
La serie refleja conceptos teológicos protestantes y mormones que contradicen directamente la doctrina católica en aspectos fundamentales como la naturaleza de la Iglesia, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el sacerdocio ministerial y, en el caso del mormonismo, incluso la doctrina trinitaria.
Frente a estas desviaciones, la Iglesia Católica ha preservado fielmente la revelación contenida en las Escrituras: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18) y «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Jn 6,54).
Los Padres de la Iglesia, como San Ignacio de Antioquía, afirmaban ya en el siglo II: «Donde está el obispo, allí está la Iglesia» (Carta a los esmirniotas, 8,1), reafirmando la estructura jerárquica establecida por Cristo mismo.
La doctrina mormona, que considera a Jesús y Lucifer como «hermanos espirituales» y niega la consustancialidad del Hijo con el Padre, es incompatible con el núcleo mismo de la fe cristiana tal como la definió el Concilio de Nicea. El teólogo Joseph Ratzinger (posteriormente Papa Benedicto XVI) señaló que el mormonismo representa «una comunidad que, de acuerdo con su propia autocomprensión, se sitúa fuera del cristianismo histórico» (Dominus Iesus, nota aclaratoria, 2000).
Finalmente, no puede pasarse por alto que The Chosen es una producción abierta y deliberadamente ecuménica, influenciada por teologías protestantes y, en parte, por creencias mormonas. Estas corrientes niegan aspectos fundamentales de la fe católica: la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, la intercesión de los santos, la sucesión apostólica y, en el caso del mormonismo, incluso la doctrina trinitaria.
Estas influencias no son neutras: se cuelan en el guión, los gestos, los silencios. No hay referencia alguna a la Eucaristía como sacrificio, ni a la confesión, ni a la autoridad petrina. Todo el marco sacramental ha sido vaciado. En su lugar, se impone una visión moralizante y emocional que agrada al espectador, pero lo aparta de la verdad revelada
La necesaria fidelidad al Magisterio
Frente a representaciones como las de «The Chosen», resulta imperativo reafirmar el papel insustituible del Magisterio católico como intérprete auténtico del depósito de la fe. Como recuerda el apóstol Pablo: «Si alguno os predica un evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema» (Gál 1,9).
La Iglesia Católica no solo ha preservado los textos sagrados a lo largo de los siglos, sino que también ha profundizado en su comprensión bajo la guía del Espíritu Santo, como prometió Cristo: «El Espíritu Santo… os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26).
El Papa San Juan Pablo II reafirmó esta misión en Fides et Ratio (1998): «La Iglesia, con su Magisterio, es testigo de la verdad evangélica y, como consecuencia del conocimiento que tiene del origen de la revelación en Cristo, custodia el depósito de la fe y puede autentificar y discernir los principios de una recta conducta moral» (n. 33).
La custodia de la Verdad Revelada
La Iglesia Católica, instituida por Cristo mismo, ha preservado con fidelidad el depósito íntegro de la fe a través de los siglos, defendiéndolo frente a numerosas herejías y distorsiones. Como afirma el Concilio Vaticano II: «El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia» (Dei Verbum, 10).
Este papel de guardiana e intérprete auténtica de la revelación cobra especial relevancia al evaluar producciones culturales que, como «The Chosen», alcanzan a millones de personas con representaciones potencialmente distorsionadas de la fe.
El Valor del Discernimiento fidedigno
A pesar de sus méritos artísticos y su capacidad para acercar la figura de Cristo a nuevas audiencias, «The Chosen» presenta desviaciones significativas respecto a la enseñanza auténtica del Magisterio católico. El valor de este análisis no reside en una simple crítica, sino en la reafirmación del papel fundamental de la Iglesia Católica como guardiana e intérprete de la revelación divina.
Como afirmaba San Ireneo: «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (Adversus Haereses, III, 24,1). Esta verdad sigue siendo el faro que guía a los fieles en un mundo de representaciones a menudo confusas o distorsionadas del mensaje evangélico.
La labor milenaria de la Iglesia Católica en la preservación, interpretación y transmisión del depósito íntegro de la fe constituye una garantía imprescindible de fidelidad a la revelación divina, permitiendo a los fieles discernir con claridad entre la verdad y sus representaciones parciales o erróneas.
San Juan Pablo II nos recordaba que «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (Fides et Ratio, prólogo). Este discernimiento crítico de producciones culturales contemporáneas como «The Chosen» es precisamente un ejercicio de esa complementariedad entre fe y razón que permite al creyente católico navegar con seguridad en el océano de interpretaciones de la figura de Cristo.